Sentado en la proa con Pocho, me comenta en un mar embravecido por el viento cómo serían las olas que ahora veo altas en el día del desastre del Amapola y El Angelito.
Me interrumpen bruscamente y dicen que de eso no se habla – por respeto a los que sepultó el mar. Veo las olas como golpean a las otras lanchas y pienso ‘qué bravo esta hoy’, hasta advertir que nuestra embarcación se encuentra en iguales circunstancias. Estamos cruzando la restinga, me comentan: ‘Doce metros de profundidad y el fondo de rocas por eso la marejada’, la conversación con Pocho sigue, y me comenta sobre tormentas y formas de escaparse de ellas; algunos descansan, otros hacen su primera comida de la mañana, yo escucho.
El sol está arriba, se siente poderoso pero igual hace frío, y se prepara todo para la faena.
Un par de horas para llegar a la zona de pesca, poco ánimo y poco magru en esos días.
Tenemos una lancha amarilla, los marineros, el mar y las redes, así que empezamos a preparar la zona, antes de salir levantamos algo de pejerrey frente a la base militar, el capitán como un héroe cansado, me comenta que hay que hacerlo para tener carnada, se escuchan los silbatos y supongo que algunas advertencias, levanto la cámara para salir –‘si sacás una foto vamos todos presos’- queda claro y vuelvo a la cabina.
Se lanzan las redes y se continúa arrojando la ceba con un olor nauseabundo al que todos parecen estar acostumbrados, cada persona se coloca en su rol, incluso yo, subo al techo de la cabina, mido la luz, encuadre, etc...., se levantan las redes y nada, ni un solo pez, nada... el único asombrado soy yo, esperando una gran cosecha, mientras comienzo a sentir los efectos de la marejada en mi estómago, la decisión es buscar otro lugar y eso hacemos. Vuelvo a la cabina y todos tratan de darme explicaciones de lo que sucede, lo único real que veo es que no hay pescado, según dicen este año no pasó, sólo hay juveniles, igual que la anchoita, este año nada, soy fotógrafo con problemas en memorizar estadísticas, lo que veo cada vez más real es una promesa que me hicieron alguna vez: seré el último fotógrafo en retratar la pesca argentina,.
Buscamos otro sitio, estoy desorientado, no veo la costa, sólo veo otras embarcaciones que suben y bajan o bajan y suben, se tiran las redes otra vez y la ceba me descompone totalmente y aliviano peso dejando el desayuno y la cena, para colaborar incorporando más carnada. Esta vez estoy en la proa, se comienza a levantar la red, todas están colocados en línea tirando de la cuerda y noto que hacen fuerza, esto continúa hasta que llega la red al borde de la embarcación en este punto todo van al borde y comienzan a levantar la red, todos participan de esta maniobra, incluso el capitán, la marejada no colabora, con mucho esfuerzo se levanta el tejido, esta vez para mi egoísta satisfacción con bastante peces que caen en la bodega danzantes y desescamándose a la vez, me acerco lo más que puedo y disparo la cámara, foto, foto, foto, lo que embellece una foto en el mar es su fruto, éste no era muy grande apenas sobrepasando unos pocos centímetros el tamaño permitido, se hacen dos lances más y llenamos el cupo permitido 25 cajones, no más, cumplimos con la tarifa diaria, con esto se sobrevive a pesar de que en este tamaño es indicado para las latas donde se envasan, fin del día laboral, se arroja el sobrante de carnada, se ordena la red, se lava y limpia la embarcación, mates, facturas y mañana será otro día, si es que se puede salir.
Me interrumpen bruscamente y dicen que de eso no se habla – por respeto a los que sepultó el mar. Veo las olas como golpean a las otras lanchas y pienso ‘qué bravo esta hoy’, hasta advertir que nuestra embarcación se encuentra en iguales circunstancias. Estamos cruzando la restinga, me comentan: ‘Doce metros de profundidad y el fondo de rocas por eso la marejada’, la conversación con Pocho sigue, y me comenta sobre tormentas y formas de escaparse de ellas; algunos descansan, otros hacen su primera comida de la mañana, yo escucho.
El sol está arriba, se siente poderoso pero igual hace frío, y se prepara todo para la faena.
Un par de horas para llegar a la zona de pesca, poco ánimo y poco magru en esos días.
Tenemos una lancha amarilla, los marineros, el mar y las redes, así que empezamos a preparar la zona, antes de salir levantamos algo de pejerrey frente a la base militar, el capitán como un héroe cansado, me comenta que hay que hacerlo para tener carnada, se escuchan los silbatos y supongo que algunas advertencias, levanto la cámara para salir –‘si sacás una foto vamos todos presos’- queda claro y vuelvo a la cabina.
Se lanzan las redes y se continúa arrojando la ceba con un olor nauseabundo al que todos parecen estar acostumbrados, cada persona se coloca en su rol, incluso yo, subo al techo de la cabina, mido la luz, encuadre, etc...., se levantan las redes y nada, ni un solo pez, nada... el único asombrado soy yo, esperando una gran cosecha, mientras comienzo a sentir los efectos de la marejada en mi estómago, la decisión es buscar otro lugar y eso hacemos. Vuelvo a la cabina y todos tratan de darme explicaciones de lo que sucede, lo único real que veo es que no hay pescado, según dicen este año no pasó, sólo hay juveniles, igual que la anchoita, este año nada, soy fotógrafo con problemas en memorizar estadísticas, lo que veo cada vez más real es una promesa que me hicieron alguna vez: seré el último fotógrafo en retratar la pesca argentina,.
Buscamos otro sitio, estoy desorientado, no veo la costa, sólo veo otras embarcaciones que suben y bajan o bajan y suben, se tiran las redes otra vez y la ceba me descompone totalmente y aliviano peso dejando el desayuno y la cena, para colaborar incorporando más carnada. Esta vez estoy en la proa, se comienza a levantar la red, todas están colocados en línea tirando de la cuerda y noto que hacen fuerza, esto continúa hasta que llega la red al borde de la embarcación en este punto todo van al borde y comienzan a levantar la red, todos participan de esta maniobra, incluso el capitán, la marejada no colabora, con mucho esfuerzo se levanta el tejido, esta vez para mi egoísta satisfacción con bastante peces que caen en la bodega danzantes y desescamándose a la vez, me acerco lo más que puedo y disparo la cámara, foto, foto, foto, lo que embellece una foto en el mar es su fruto, éste no era muy grande apenas sobrepasando unos pocos centímetros el tamaño permitido, se hacen dos lances más y llenamos el cupo permitido 25 cajones, no más, cumplimos con la tarifa diaria, con esto se sobrevive a pesar de que en este tamaño es indicado para las latas donde se envasan, fin del día laboral, se arroja el sobrante de carnada, se ordena la red, se lava y limpia la embarcación, mates, facturas y mañana será otro día, si es que se puede salir.
Estas ahi.
ResponderEliminarFelicitaciones.
A.M.
gracia Diego por tu senibilidad infinita, por tu humanidad, por darnos a conocer a travez de tu magica mirada lo sublime y lo terrible, te quiero mucho. Laura Domingez, de la agrupaci{on mardelucha.
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